Llevo varios días dándole vueltas a la cuarta temporada de Love, Death + Robots. Porque sí, es estupenda. Maravillosa, de hecho. Como ya nos tiene acostumbrados esta antología animada de Netflix, vuelve a ser una bofetada de creatividad en plena cara. Pero también, y aquí está la paradoja que no me quito de la cabeza, me hace ver todo lo que está mal con el cine de animación contemporáneo. Y no me refiero a la parte técnica. Estoy hablando de una industria que ha aprendido a jugar sobre seguro, repitiendo fórmulas, personajes y estilos, dejando fuera todo aquello que se atreve a proponer algo diferente.
Se lo comentaba hace unos días con mi amigo Renato Roldán, que además ha participado en uno de los cortos de esta nueva entrega: el talento está ahí fuera, desbordando creatividad, pero las grandes pantallas no parecen tener sitio para él. Y Love, Death + Robots, precisamente, es la prueba definitiva de ello. Una producción que se atreve a mostrar todo lo que se puede hacer con la animación cuando no hay miedo al riesgo, al fracaso o a no vender suficientes muñecos.
No es la mejor temporada, pero sigue siendo igual de necesaria
La cuarta temporada nos recibe con Can’t Stop, una pieza protagonizada por los Red Hot Chili Peppers que, seamos sinceros, es un videoclip glorificado. Técnicamente deslumbrante, sí, pero conceptualmente flojo. Se queda en la superficie, no va más allá de lo que podrías ser una pieza promocional para los Peppers que no cuenta nada. Un arranque flojo que, por suerte, no marca el tono general y que se queda en rendir homenaje a todos los tropos esperables a una repasado a la banda de Los Ángeles.

Porque luego llegan las joyas. Mini encuentros en la Tercera Fase es una gamberrada deliciosa, perfecta para quienes disfrutaron del primer Postal o echan de menos partidas caóticas al X-Com. Una invasión alienígena en miniatura, con estética de juguete y un sentido del humor grotesco que te arranca carcajadas, e incluso incluye un Optimus Prime en miniatura. Sí, sí, sale. A ver si eres capaz de verlo. Spider-Rose es justo lo que esperas encontrar en esta serie: una space-opera digital cargada de tensión y soledad. Escrita por Joe Abercrombie, nos lleva por un viaje oscuro y familiar para todos aquellos que viven comparten piso con mascotas que te miran raro.
Incluso los cortos más flojos de Love, Death + Robots tienen más valor artístico que muchas de las grandes producciones animadas que se estrenan en salas
Y entonces llega Los de la 400. Qué barbaridad. Qué derroche de estilo y potencia visual. Es mi episodio favorito, sin duda. Dirigido por Robert Valley y escrito por Tim Miller (basado en un relato de Marc Laidlaw), este corto mezcla el espíritu decadente de The Warriors con la estética afilada del extraordinario Samurai Jack, pero pasado de anfetas después de un maratón de pelis de bandas callejeras de los años 80. Una historia de bandas callejeras con un código de honor propio, en una ciudad postapocalíptica que parece sacada de Metal Hurlant. Esto sí que podría ser una película. Y de las buenas.

Ese pensamiento, por cierto, me ha acompañado en más de un episodio. "Me vería una película de esto". Es lo que sentí también con El Grito de Tiranosaurio, una epopeya espacial que combina lo mejor de Dune, y que pide a gritos ser ampliada en una gran pantalla. Una historia fascinante, con un universo tan bien construido que duele saber que solo tenemos unos minutos para explorarlo.
Y lo mismo con Zeke y su encuentro con la Fe, un tributo animado al cómic bélico, desde Alex Toth, pasando por Buscema y Gil Kane, a las aventuras de altos vuelos del As de Pique de Juan Giménez, con un toque de Hellboy y un exquisito gusto para el uso del color, las texturas y la valoración de línea. Una carta de amor a una forma de contar historias que parece haber sido olvidada por Hollywood.

Un grueso de piezas irregulares y algo descafeinadas
Claro que también hay piezas más ligeras. Aparatos inteligentes, s idiotas es pura comedia ácida. Escrita por John Scalzi, uno de los autores de ciencia ficción más mordaces del momento, se burla de nuestra dependencia tecnológica con una historia protagonizada por electrodomésticos condenados a compartir nuestras miserias humanas en el día a día.
Otros capítulos no acaban de alcanzar el mismo nivel. La otra gran cosa, es un giro de tuerca oscuro a una peli de Pixar, pero no llega a rematar.como creo que tampoco lo hace Gólgota, el único corto de acción real de la antología, que recuerda un poco a Star Trek IV. Misión: salvar la Tierra, pero que no tiene demasiada chicha. Y Porque saben arrastrarse, el cierre de temporada, ofrece otra historia de gatos y demonios con un tono muy cernado a los juegos indie. Tiene encanto, pero técnicamente no sorprende.

Hay una animación que merece más atención
Lo curioso es que incluso los cortos más flojos de Love, Death + Robots tienen más valor artístico que muchas de las grandes producciones animadas que se estrenan en salas. Y ahí está el verdadero drama. Porque mientras Pixar sigue reciclando la fórmula que le funciona desde hace décadas, y los Minions invaden el mundo con su humor infantil, propuestas como La Familia Mitchell contra las Máquinas o La Tortuga Roja quedan relegadas al fondo del catálogo de streaming o directamente a festivales especializados.
Love, Death + Robots un escaparate de ideas, técnicas y talentos que no encontrarán hueco en las salas dominadas por lo previsible
Y cuando aparece algo como las nuevas películas animadas de Spider-Man o la oscarizda Flow, todos aplaudimos porque, al fin, alguien se ha salido del camino marcado. Pero son excepciones que confirman la norma. El resto del tiempo, la animación parece obligada a seguir un carril que solo deja pasar lo que es seguro, lo que ya ha funcionado antes, lo que puede vender merchandising. Es por eso que Love, Death + Robots es tan refrescante. Porque se atreve a ser diferente. Porque no tiene miedo de mezclar estilos, de contar historias duras, raras o absurdas. Porque le da espacio a artistas como Alberto Mielgo para brillar, alejándose de trabajos comerciales para campañas publicitarias, por muy espectaculares que sean. Porque demuestra que "la animación no es un género, es un medio", tal como acertadamente señala Guillermo del Toro. Y como medio, hay sitio para hacer de todo.

Afortunadamente, hay iniciativas que empujan en esa dirección. ¿Qué decir de espectacular Secret Level. Pero incluso así, cuesta. Aquí en España, por ejemplo, seguimos esperando Scavengers Reign, una de las producciones más interesantes del momento, que ni está ni se la espera. Y no será porque no haya público interesado, sino porque tal vez falta voluntad por distribuirla.
Esta cuarta temporada de Love, Death + Robots vuelve a poner sobre la mesa todo el potencial de la animación como forma de arte. Es un escaparate de ideas, técnicas y talentos que no encontrarán hueco en las salas dominadas por lo previsible. Es una joya en el catálogo de Netflix, pero también un espejo incómodo para la industria. Por suerte, aún hay gente creando. Y nosotros, viéndolo. Porque si algo ha demostrado esta serie, es que el futuro de la animación sigue vivo. Solo hay que dejarle espacio para crecer.
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