Cuando pensamos en ciencia ficción solemos asociarla con tecnologías imposibles, civilizaciones galácticas o conflictos épicos entre imperios estelares. Pero el universo de Dune, creado por Frank Herbert, tiene todo eso. En sus desiertos, palacios y senderos genéticos se entrelazan política, ecología, misticismo y religión en una amalgama única que prácticamente convierte cada palabra en un símbolo. Y pocas palabras en esta saga cargan con tanto peso espiritual y filosófico como "abominación". Porque sí, en Dune este término es mucho más que un simple insulto: es una sentencia, una advertencia y, sobre todo, un concepto clave para comprender la compleja cosmología que articula la saga.
Para empezar, "abominación" en Dune no es un calificativo que se lance a la ligera. Es el juicio definitivo que la Bene Gesserit, la hermandad femenina que controla la política desde las sombras mediante su dominio de la genética, la memoria ancestral y el entrenamiento físico y mental extremo, lanza sobre aquello que ha cruzado límites prohibidos del desarrollo humano y espiritual. En su sentido más profundo, designa a una hermana de la orden desnaturalizada, un ser que ha despertado demasiado pronto a los recuerdos de sus antepasadas, rompiendo el proceso gradual de preparación mental que impone la orden. Y lo más inquietante: ese despertar precoz puede venir de forma involuntaria, incluso antes del nacimiento.
Una "abominación" entre nosotros
La definición más precisa aparece cuando se nos presenta a Alia Atreides, la hermana menor de Paul Muad'Dib, nacida ya como una "abominación". Mientras aún estaba en el vientre de su madre, Jessica, convertida en Reverenda Madre al beber el Agua de Vida de los Fremen, Alia fue expuesta a los peligros este ritual. En ese instante, su conciencia fetal se vio inundada por siglos de memorias genéticas femeninas que pertenecían a la línea Bene Gesserit. Pero, al no contar con la madurez mental ni la preparación adecuada, Alia no tuvo barreras para defender su identidad. Como resultado, nació siendo plenamente consciente y habitada por muchas conciencias. Para la hermandad, esto supone una ruptura del orden natural. Una transgresión. Una abominación.
En el marco de Dune, la genética no es solo biología, sino un vehículo espiritual
¿Por qué esta palabra, entonces? ¿Por qué no simplemente considerarla una anomalía genética o una mutación? Porque en el marco de Dune, la genética no es solo biología, sino un vehículo espiritual. La Bene Gesserit lleva siglos cruzando líneas de sangre, perfeccionando líneas genéticas como si fueran plegarias talladas en piedra, con la esperanza de generar al Kwisatz Haderach, un hombre capaz de acceder tanto a las memorias femeninas como masculinas de sus ancestros. Pero hacerlo de forma artificial, o sin el adecuado control, como en el caso de Alia, no es visto como una bendición, sino como una blasfemia.

Un universo de ciencia ficción basado en la espiritualidad y la religión
La palabra "abominación" resuena con fuerza precisamente porque su raíz etimológica nos remite a lo impuro, a lo que debe ser rechazado, exorcizado o destruido. No es casual que las Bene Gesserit, con su rígida estructura religiosa y ritualista, utilicen este término. En su visión, una abominación es una puerta abierta al caos: un recipiente sin control para espíritus del pasado que pueden suplantar la personalidad del individuo, creando un ser independiente que puede poner en peligro los planes trazados durante milenios por la Orden. En el caso de Alia, esto se convierte en profecía autocumplida cuando inesperadamente una de esas conciencias, nada menos que la del Barón Harkonnen, comienza a influir en ella. Lo que al principio era una niña prodigio, acaba convertida en una marioneta de las sombras genéticas que habitan su mente.
En Dune, lo místico y lo genético no se separan. Las memorias genéticas son más que datos almacenados en el ADN; son almas, conciencias, voluntades que pueden tomar el control. En este sentido, la mitología de Frank Herbert se emparenta más con corrientes esotéricas orientales, como la reencarnación o el karma, que con la ciencia ficción dura. La abominación es un ser con un alma fracturada, un recipiente impuro para la divinidad del linaje. No es una amenaza biológica, es una amenaza ontológica.
"Abominación" no es una amenaza biológica, es una amenaza ontológica
Esto también ayuda a entender por qué los términos que se utilizan en Dune están tan cargados de resonancias religiosas: "reverenda madre", "agua de vida", "visión interior", "posesión". La ciencia ha sido ritualizada, espiritualizada. Y lo que en otra saga podría verse como un experimento genético fallido, en Dune es un sacrilegio. Frank Herbert, que investigó a fondo religiones comparadas, el sufismo y las estructuras de poder teocrático, creó un universo donde la evolución humana no se mide solo por avances tecnológicos, sino por el grado de dominio sobre uno mismo. En ese sentido, el miedo a las abominaciones refleja también un miedo muy humano: el miedo a perderse a uno mismo entre las voces del pasado, a no ser capaz de distinguir la voluntad propia de las imposiciones ancestrales.

Quizás por eso el término ha sobrevivido con tanta fuerza en el imaginario de la saga. Porque resume en una sola palabra muchos de los miedos esenciales de Dune: el temor a la memoria, a la sangre, a la profecía, al poder mal encauzado. Y, sobre todo, al precio de jugar a ser dios sin estar preparado. Al caos. Así que la próxima vez que escuches la palabra "abominación" en una adaptación de Dune, ya sea en la película de Denis Villeneuve, en novelas de la saga, recuerda que no se trata de un simple insulto. Es una advertencia milenaria, un eco de una cultura que venera tanto el linaje como teme al monstruo que puede esconderse en él. Y ese miedo, más que cualquier gusano de arena, es el verdadero terror cósmico de Dune.
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