En 1996, Bandai lanzaba un producto destinado a marcar a una generación: el Tamagotchi. Con su forma ovalada, botones simples y una pantalla en blanco y negro, este juguete digital japonés no parecía gran cosa… hasta que lo encendías. De repente, una criatura virtual nacía, demandaba comida, atención, limpieza y hasta compañía. Y lo más sorprendente: si no la cuidabas bien, podía morir. Ese detalle —unido a que era la cosa más cuqui del mundo— lo cambió todo.
Lo que nació como un juego rápidamente se convirtió en un experimento emocional. Millones de niños y adolescentes —y no pocos adultos— sintieron apego real por un puñado de píxeles. Llevaban su Tamagotchi a todas partes, se preocupaban por él, lloraban si "moría" mientras estaban en clase. Así nació lo que más tarde los psicólogos denominarían "efecto Tamagotchi".
El apego a lo inanimado tiene explicación científica 371q4a
Lejos de ser una simple anécdota, el "efecto Tamagotchi" ha sido objeto de largos estudios psicológicos. Este término describe la tendencia de los humanos a desarrollar vínculos afectivos con máquinas que muestran señales sociales. Aunque sabemos racionalmente que no están vivas, nuestro cerebro responde como si lo estuvieran.
Esta reacción está profundamente relacionada con nuestro instinto de cuidar. Cualquier estímulo que transmita vulnerabilidad —como ojos grandes, sonidos agudos o necesidad de cuidado constante— activa las respuestas parentales que tenemos en nuestro interior. El Tamagotchi, con sus pitidos cuando tiene hambre, enfermedades repentinas y necesidades de atención, se diseñó precisamente para esto.
Investigadores como Sherry Turkle (MIT) han estudiado el fenómeno desde hace décadas. En su libro "Alone Together", Turkle documenta cómo las personas, especialmente los niños, proyectan emociones, intenciones y necesidades a dispositivos como Tamagotchis, AIBO (el perro robótico de Sony) o incluso a asistentes virtuales.

A día de hoy, el efecto no solo se mantiene sino que ha evolucionado. Los Tamagotchi actuales incluyen pantallas a color, Wi-Fi, funciones sociales e integración con apps móviles. Pero la esencia sigue siendo la misma: cuidar de un ser digital, que a su vez responde con gestos, animaciones y "afecto".
El renacimiento del Tamagotchi en la década de 2020 ha coincidido con una nueva era de vínculos emocionales con tecnología. Mascotas virtuales como Pou, Neko Atsume, o incluso bots conversacionales como Replika, siguen la misma lógica emocional. No importa que sepamos que no son reales puesto que se sienten como tal.
Además, el fenómeno ha traspasado el terreno del juego. Robots sociales diseñados para acompañar a personas mayores, como PARO (una foca robótica terapéutica creada en Japón), emplean el mismo principio. Incluso asistentes de voz como Alexa o Siri han sido personalizados por sus s, a veces incluso humanizados con nombres, bromas privadas y rutinas de conversación —si no habéis visto la peli "Her", es vuestro momento para hacerlo—.
Vínculo emocional, bienestar y terapia x464i
Lejos de ser una simple frivolidad, este fenómeno tiene aplicaciones reales. Muchos s han reconocido que cuidar de un Tamagotchi —u otra mascota digital— les ha ayudado a establecer rutinas, luchar contra la ansiedad o sentirse acompañados. En comunidades online, especialmente durante la pandemia, se multiplicaron los testimonios de personas que encontraron en estos dispositivos una vía de escape emocional.
El concepto también se aplica en terapias. En el ámbito de la salud mental, algunas iniciativas han explorado el uso de mascotas virtuales para niños con trastornos del espectro autista, personas con depresión o pacientes con demencia, utilizando dispositivos que requieren interacción sin resultar exigentes o demasiado invasivos. La interacción constante, aunque sea simulada, puede generar una sensación de conexión.
Pocas veces un juguete ha tenido un impacto cultural tan duradero. El Tamagotchi original no solo vendió millones de unidades; también abrió un nuevo campo de estudio en la relación entre humanos y tecnología. La idea de que podemos encariñarnos con un llavero electrónico se vio al principio como una ridiculez… hasta que su fuerza se volvió innegable.

El apego que muchas personas sintieron hacia su Tamagotchi no era superficial. Algunos recuerdan a su primera mascota virtual con más emoción que a compañeros de colegio. Las comunidades de fans siguen activas casi 30 años después, y no son pocos los que han coleccionado todos los modelos, desde el V1 hasta las ediciones especiales con Bluetooth o NFC.
Este fenómeno también ha influido en el diseño de videojuegos. Títulos como Nintendogs utilizan elementos del efecto Tamagotchi: vínculos con personajes, consecuencias por abandono y la ilusión de reciprocidad emocional. Las emociones digitales han llegado para quedarse.
Como todo vínculo emocional, el efecto Tamagotchi también tiene su parte compleja y negativa. Algunos expertos advierten que sustituir las interacciones humanas por vínculos con dispositivos podría aislar más que acompañar. Sherry Turkle, en sus estudios más recientes, sugiere que el exceso de "compañía simulada" podría afectar negativamente la capacidad de relacionarse con otras personas.
Sin embargo, la mayoría coincide en que, si se mantiene un equilibrio, estos vínculos pueden ser saludables. En 2025, el Tamagotchi ya no es un simple recuerdo de los 90. Es un fenómeno intergeneracional, un ejemplo de cómo la tecnología puede despertar emociones reales a través de interfaces simples pero potentes. Y aunque sus formas hayan cambiado, el efecto Tamagotchi sigue muy vivo.
En un mundo donde pasamos más tiempo con pantallas que con personas, este tipo de conexión puede ser una forma de afecto totalmente válida. Puede que tu Tamagotchi no respire, ni piense, ni recuerde. Pero tú sí. Y en ese vínculo unidireccional, al menos por un momento, también hay algo de verdad.
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